Mi mejor amiga.

Mar 16, 2021

-¿Te duele, Kalinda?

-No mamá. no siento nada.

Y no era mentira, no lo sentí por muchos muchos años.

Mi papá se fue un día cualquiera, no me dijo adiós, solo ahorita vengo. Pero su "ahorita" se convirtió en toda una vida y de ahí mi extraña definición del tiempo y el innegable sentimiento de abandono. Nunca he entendido cuando la gente dice que van a hacer algo y no lo hacen. ¿Será que cambian de opinión a la mitad del camino o que desde el principio saben que están mintiendo pero prefieren el descaro a la confrontación? Tan fácil que es traducir lo que se piensa en palabras.

La verdad sigo sin saber muy bien porqué se fue mi papá. Me lo pregunté tantas veces que con el tiempo la curiosidad se convirtió en enojo, después en indiferencia, por algunos años se transformó en tristeza y finalmente se volvió aceptación. Nunca se sabe a ciencia cierta lo que ocurre dentro de otra persona. Y menos si no están ahí para decirlo.

Pero estuve "bien". Eso le dije a mi mamá y a mis tías. Lo decía a mis amiguitas cuando me preguntaban de quién era hija, y a mis compañeros de la escuela en los festivales de día del padre. Lo dije tantas veces que se volvió mi verdad.

-Yo estoy bien, no se preocupen. Es más, dejen de ser dramáticos y preguntármelo todo el tiempo. Estoy ocupada estando bien ¿qué no se ve?

Solo había un problema, mi mentira era perfecta cuando estaba seca pero algo extraño me pasaba el instante en el que tenía contacto con el agua; me ahogaba dentro de mí misma.

Era como si al mojarse mi cuerpo se me mojara el alma. Me llenaba de tristeza poco a poco hasta que se volvía incontrolable y se me escapaba todo el dolor acumulado . Mi cuerpo era como un florero que ante el menor descuido se desborda. Primero se me llenaban las piernas, después los brazos, luego el pecho y al final toda esa agua acumulada se me escapaba por los ojos.

Al principio este efecto del agua me daba miedo, me pasaba en la lluvia, en los cenotes, en las albercas y sobre todo en el mar. De un momento a otro pasaba de la calma total a la nostalgia de mi padre y al dolor de su partida. Y las emociones que llegan de sorpresa rara vez son bienvenidas. Pero el agua y yo con el tiempo nos fuimos conociendo y eventualmente nos hicimos amigas. Entendí que ella me estaba invitando a sentir lo que yo estaba escondiendo y que quizá tenía que ir soltando.

Pasaba algo curioso, sobre todo con el mar, cada vez que me metía sentía como me iba llenando, primero las partes de abajo de mi cuerpo y luego las de arriba y cuando el dolor me llegaba a la garganta sumergía la cabeza en el agua y lloraba. Lloraba fuerte y lloraba mucho. Dejaba que mi tristeza se saliera de mi cuerpo.

El mar recibía mis lágrimas y me abrazaba como una amiga quien cuida de un secreto. Yo no le decía nada a nadie y ella tampoco. Y fue así como se volvió mi más grande confidente. La única que sabía que en realidad sí me dolía, solo no estaba lista para decirlo.

El mar no me presionó para hablar nunca, no me preguntó cómo estaba, ni esperó respuestas de mi parte. No le platicó a sus amigas ni me mandó a terapia, no me confrontó ni me llamó débil. Ella me recibió con los bazos abiertos y dejó que mis lagrimas se mezclaran con su agua salada. Me aceptó triste y derrotada.

Y cuando ya había llorado todo lo que tenía que llorar sacaba la cabeza del agua y me limpiaba la cara con las manos. Salía del agua y seguía con mi vida como si nada nunca hubiera pasado.

Por suerte ahora ya tengo palabras para expresar mis tristezas, comparto mis heridas, me muestro insegura, vulnerable, completa. Ya no soy un secreto.

¿Y el mar?  A ella le llevo mis alegrías, le bailo, le cuento mis sueños, le muestro mi cuerpo desnudo, le doy besos. Es por siempre mi mejor amiga.

K